La melodía que pasa
Ulises deja a
un lado su guitarra y camina hasta el otro extremo de su habitación. Se acerca
a una repisa donde guarda, en desorden, algunos libros, cuadernillos con
partituras, y un bote con medicamentos. Regresa a la mesa de estudio, entre
cables y revistas; en la computadora abre el explorador y espía en el mismo
portal azul de siempre las palabras de sus pseudo amigos. No los conoce, no le
importan, acaso le importa imaginar sus secretos detrás de tanta comunicación
estúpida e irrelevante, detrás de tanta imagen vanidosa, una cena, una reunión,
una fiesta. Pero de vez en cuando, entre cientos de mensajes banales, brilla
una frase, una palabra, una idea. Y vale la pena ensuciarse, convertirse en
ladrón de palabras, hacerlas suyas. En la pantalla, Ulises navega a la caza de
algo, cualquier cosa, algo que haga emerger de nuevo la música y liberarse a
sus ensayos.
Así sucede que hay momentos vacíos
en el trabajo musical, y cuando éstos llegan, Ulises no tiene otra opción que
levantarse, dejar su instrumento, caminar, fumar, estirarse, distraerse. Como
si la razón de esos espacios en blanco se debieran a un exceso de
concentración. Dicen que ni el pensamiento ni el sentimiento dependen del
lenguaje; que las emanaciones del alma pueden ser un producto fortuito, sin
causa ni objetivo. Ulises es víctima de una brecha entre alma y cuerpo: capaz
de sentir el pulso de la melodía que ensaya, pero incapaz de construir ese
pulso, de materializarlo.
Ese vértigo es un instante.
Ahora mismo... estos tres puntos que
escribo, que la lectura descifra en un santiamén, han sido un salto en el
tiempo en que he podido ir al centro comercial a despejarme la mente, comprando
un disco de Isobel Campbell y un café americano doble para llevar. Desde luego,
es un instante en que se quiebra la meditación que hasta hace unos segundos era
fluida. Por eso parte Ulises en busca del portal web donde pueda mirar a la
gente moverse en vertical, de arriba a abajo, platicar entre sí, saludarse,
gritar, postear el paisaje. Ahí encuentra el músico la cantidad necesaria de
trivialidad que lo devuelve a su ritmo original, al pensamiento inicial.
Entonces, el coro de voces superpuestas en la internet son una ayuda para
volver al camino.
No todo está ganado. Porque así como
funciona, el procedimiento no es tal. No hay una fórmula para devolverle al
pensamiento la voz inicial. A veces, dice Quignard, es algo tan nimio como una
palabra lo que se extravía y no regresa, “tengo la palabra en la punta de la
lengua” pero algo la ha encadenado; “tengo la melodía pero no reconozco cuál
es”, será cuestión de acordarme luego; “empecé a componer una canción y de
pronto, plaf. Se me han ido las ideas”. La tragedia de Ulises es que esto
sucede todo el tiempo, y ni la vitamina B ni la práctica del sudoku lo corregirán;
la melodía va y viene, el pensamiento está y luego no está más, el alma se
esconde a ratos. Lo mismo un instante, Ulises ha perdido ideas, palabras,
notas, melodías, acordes... imposible comprobar si alguna vez han regresado
bajo otras formas, en otras ideas. Hay instantes que efectivamente pueden ser
eternos. La pérdida es ese tipo de instantes. “Se me fue la palabra”, pero la
impresión la guardo aquí, esperando que se abra de un momento a otro la puerta
que la encierra.
publicado en RegistroMX
Angers, 2011
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